La mañana siguiente Raimundo despertó con una erección impertinente y dolorosa. Había soñado con Fernando y en sus sueños, el capitán se había atrevido a llegar más lejos con él. Había alcanzado a sentir sus brazos envolviéndolo en un abrazo y el calor de su boca en sus labios… fue como un incendio voraz que lo quemaba…
Aaahhh maldición. Deseaba tocarse. Saltó de la cama y corrió a la ducha antes que López lo descubriera. Durante toda la preparación del desayuno estuvo intranquilo. Cada ruido que escuchaba le parecía que era el capitán y se asomaba con una excusa para comprobarlo. No podía aguantarse las ganas de verlo. Cuando finalmente apareció a desayunar, Raimundo sintió alivio. Preparó de prisa la bandeja correspondiente y la llevó hasta su mesa. Entonces, en una demostración de absoluto descaro, Raimundo se acercó a servir al capitán y “casualmente” rozó su brazo y espalda con su cadera, demorándose un par de segundos más de lo normal en terminar de “servir”. Observó de reojo como Fernando Ahumada se tensaba inquieto en la silla. Rai se mordió los labios para no sonreír y se alejó, sin mirar atrás, como si no hubiera hecho nada. No se atrevió a mirarlo. Sabía que lo que había hecho tendría nuevas consecuencias, pero su castigo estaba siendo demasiado cruel.
Diferente a todos los días anteriores, López y él llevaron a cabo el trabajo a toda prisa; ambos deseaban con muchas ganas tener una tarde libre así es que se coordinaron a la perfección y cada uno ejecutó parte del trabajo sin demora.
-. Listo- dijo López feliz, cuando Rai volvía de haber hecho el aseo – la cena esta lista. Solo tendremos que calentarla
Se miraron cómplices. Era recién pasado el mediodía y habían batido record. Estaban solos en el campamento, excepto por el soldado de guardia que estaba lejos y no los vería si se escabullían.
Raimundo se cambió de ropa por un atuendo más cómodo para realizar lo que tanto deseaba. Cuando vio la ropa en que había guardado la yerba le sorprendió no tener ganas de sacarla. Ja! No la necesitaba. El capitán Fernando ahumada era el mejor estimulo que podía existir en el mundo y nada lo reemplazaría. Además, hoy tenía una carga extra que lo mantenía incómodo y lleno de energía. Tenía que hacer algo para poder cumplir lo que había prometido.
-. ¡Vamos!!!
Cruzaron la cerca y se internaron en la frondosa naturaleza.
-. Haz lo mismo que yo hago – dijo Rai a López.
Se quitó la chaqueta. Aseguró su celular al pantalón y comenzó a estirar y calentar sus músculos. López lo imitaba, aunque se notaba su inexperiencia.
-. Nunca debes intentarlo sin haber preparado tu cuerpo – advirtió Raimundo
-. Oye… esto no es tan fácil
-. Tú, sigue – dijo Rai.
En cosa de segundos terminó de calentar y comenzó a correr. Dio un par de vueltas en el aire al cruzar sobre unos troncos caídos y luego, como si fuese liviano cual ráfaga de aire, trepó a saltos por las ramas de un árbol. No se detuvo ahí, sino que se aventuró por la rama más gruesa en perfecto equilibrio y cruzó hacia el siguiente árbol para ir describiendo un círculo en altura alrededor de López que lo miraba asombrado. Terminó cayendo limpiamente a escasos centímetros de su compañero con una gran sonrisa en el rostro
-. Yo nunca voy a poder hacer eso – comentó López con la boca abierta y actitud de derrota anticipada
Raimundo se sintió conmovido. Posiblemente López no podría saltar como él, pero al menos tenía que intentarlo. Él también había pensado lo mismo de su vida. Si no fuera por el capitán, jamás se habría atrevido a sentir y experimentar. Se habría perdido de vivir las emociones tan grandes que llenaban hoy su alma… el rostro desilusionado de López le causó mucha pena
-. Vas a comenzar de a poco. Pero sí vas a poder.
Le dedicó tiempo y paciencia. Le enseñó cómo debía moverse y la agilidad que necesitaba. López no estaba acostumbrado a hacer ejercicios pero tenía buena forma física asi es que una hora más tarde, Jarim López era capaz de dar pequeños saltos y cruzar los troncos más pequeños. . El esfuerzo que Raimundo había puesto en enseñarle se vio recompensado por una amplia sonrisa en el rostro de su compañero
-. Tú sigue practicando hasta que te resulte. Ten cuidado de no hacer tonteras. Voy a dejarte solo un rato, ¿de acuerdo?
-. ¿Qué vas a hacer? – preguntó López
-. No se lo digas a nadie. Voy a ver el sitio donde están trabajando – respondió Raimundo que ya comenzaba a perderse entre las ramas
López reaccionó tarde y no alcanzó a decir nada. Raimundo ya había desaparecido
-. ¡Ten cuidado!!! – gritó al aire. Luego siguió practicando. Quería volar como Raimundo.
Rai creía saber el camino. Había estudiado el mapa muchas veces y se guiaba por la ubicación del sol. Esta vez no tenía apuro. Tenía tiempo más que suficiente para ir y volver antes de que el personal volviera a cenar. Aun así, ajustó la alarma de su celular para dividir el tiempo de ida y vuelta. Saltar, correr, dar vueltas, girar en el aire y moverse casi volando, apenas tocando el suelo para impulsarse. Se sentía maravillosamente bien. De vez en cuando se detenía, cautivado por las escenas del paisaje que se abrían ante él; arroyos cristalinos, helechos gigantes, troncos del diámetro de varios hombres, naturaleza en todo su esplendor con un fondo de cordillera nevada. En un momento, mientras escalaba la pared de un cerro, alcanzó a ver en la distancia una laguna. ¿sería esa la laguna del mapa?… su cuerpo colgaba de una mano y no podía demorarse mucho así es que siguió avanzando, guardando en su mente los olores, formas y colores del lugar… incluso los sonidos desconocidos que no tenía tiempo de descubrir… ¿podía ser un animal? ¿Quizás ramas moviéndose? ¿O agua que arrastraba algo? Fue curioso que no le preocupara. Allí, en medio de la naturaleza, practicando lo que mejor sabía hacer y lleno de sentimientos nuevos y estimulantes hacia su capitán, Raimundo Lariarte se sintió tranquilo, estable, en casa… feliz.
Observaba camuflado entre las ramas altas de un inmenso Coihue, a escasos 100 metros del sitio de la construcción. Abajo, la nueva carpeta de camino se extendía sobre terreno plano. Más adelante, un cerro no demasiado alto tapaba por completo la continuación… ¿Cómo lo harían?… El ruido de las máquinas no le permitía escuchar lo que conversaban, pero podía ver nítidamente al capitán y a cada uno de los hombres ejecutar su trabajo. El lugar era mucho más grande de lo que Raimundo había imaginado. Construir un camino no era una tarea simple. Primero despejaban el área, talando, sacando raíces, instalando drenajes donde fuera necesario. Luego las máquinas comenzaban a dar forma al camino en estado preliminar. Rai observó atentamente como Don Hernán manejaba una de las máquinas que se llevaba por delante piedras enormes y otra cantidad de material de desecho y depositaba al costado del futuro camino. Entonces apareció uno de los camiones cargado de ripio que fue depositando sobre el tapete recién formado. Se requería de material firme para que el camino perdurara. Otra máquina, con una pala larga por delante, fue desparramando el material recién traído. Raimundo podía haber pasado horas observando el trabajo. Era fascinante ser capaz de construir un camino donde no había nada más que bosque indómito. Sus ojos miraban atentamente todo lo que sucedía al mismo tiempo, pero jamás se apartaban del capitán. Volvía a sentir la sangre correr caliente y el deseo lo abrazaba. Fernando Ahumada era imponente cuando trabajaba y daba órdenes. Verlo moverse en su ambiente de operaciones era un nuevo motivo de admiración. Caminaba firme y se movía con seguridad. Hablaba a los hombres con autoridad y confianza. Trabajaba codo a codo con ellos sin quedarse simplemente observando. Era fascinante mirarlo sin ser visto.
Repentinamente, demasiado pronto, la alarma que había puesto sonó en su celular.
Raimundo se apresuró a apagarla antes de que el ruido llamara la atención.
-. ¿Quién me va a escuchar con todo ese ruido? – preguntó al aire.
Era hora de volver y realmente no quería hacerlo. Sabía que podía pasar muchas horas más mirando el trabajo y al capitán.
¡Mierda! Tenía que volver a la cocina.
Un nuevo sentimiento de frustración lo fue envolviendo. No quería seguir metido en la cocina mientras todos participaban de un trabajo tan interesante y entretenido. Ahora deseaba más que nunca ser parte del grupo que llevaba progreso al poblado aislado. Había visto a los hombres trabajando y sabía que él podía participar en muchas tareas.
Inició el camino de regreso con la misma seguridad con que lo había hecho antes, pero algo en él había cambiado.
La cena estuvo dispuesta justo a la hora. Nadie notó alguna diferencia con cualquier otro día. López y él estaban muy cansados, aunque dispuestos a repetir la experiencia del día, mientras pudieran. Raimundo sirvió la cena mirando a los hombres bajo una nueva luz de respeto y admiración. En especial hacia el capitán. Esta vez no hubo juegos ni toqueteos indiscretos. Sus ojos se encontraron en un par de ocasiones, pero Rai solo pudo bajarlos y seguir con su labor.
-. ¿Está todo bien aquí, soldado Lariarte? – preguntó el capitán en voz alta, cuando ya terminaban de cenar
-. Si, capitán. Todo está bien – respondió Raimundo soportando las miradas que indudablemente atraía cuando hablaba.
No. No estaba bien. Pero tendría que esperar 24 horas más para hablarlo en privado con su capitán. ¿por qué le negaba la oportunidad de participar en la construcción? ¿Qué lograba con mantenerlo en la cocina? ¿Acaso creía que era tan inútil? ¿en verdad pensaba de él como un niño mimado?
Raimundo no se dio cuenta que todo su cuerpo gritaba tristeza, aunque siguiera haciendo las tareas rutinarias y sirviera la cena sin problemas. Pero Fernando notó de inmediato un cambio en él cuando lo vio en el comedor. Su primer pensamiento se relacionó con el castigo impuesto… pero su intuición y el conocimiento que tenía del soldado le indicaron que se trataba de algo diferente. Se preocupó. Algo le pasaba a Lariarte y hoy no podría saber que le sucedía. Con la intención de indicarle que estaba al tanto de su cambio, Fernando le dedicó una pregunta. La forma de responder del soldado lo dejó aún más preocupado.
López y Raimundo trabajaron nuevamente coordinados y terminaron muy temprano de lavar y dejar todo dispuesto. El gasto extra de energía del día los tenía exhaustos así es que antes de las 10 de la noche ambos estaban dormidos. Ninguno de ellos escuchó cuando el Capitán Ahumada entro al comedor, recorrió el espacio hasta la cocina y llegó hasta el dormitorio. No tuvo problema para identificar de inmediato cuál de los dos era Lariarte. Se quedó en el umbral de la puerta hasta que sus ojos se acostumbraron a la escasa luz y pudo distinguir el movimiento acompasado de la respiración del soldado. Dormía tranquilo. Bien. Podía esperar entonces.
El día siguiente sorprendió a López con dolor en todos sus músculos, poco acostumbrados a tanta exigencia. El desayuno estuvo casi completamente a cargo de Raimundo. Ni el mismo se podría explicar cómo es que sus manos y pies volaron para preparar y servir de prisa a los hombres. Tuvo tiempo suficiente para notar que el capitán lo miraba con especial atención esa mañana.
Si. Si he cumplido su orden, capitán – pensó Raimundo seguro de que él se lo estaba preguntando. Podría decírselo en la noche. Unas cuantas horas más y volvería a estar con él.
Esta vez, le tocó hacer el doble de esfuerzo para que López y él pudieran repetir la tarde de libertad. Luego de enseñarle nuevos movimientos más tranquilos a López, partió nuevamente hacia el sitio de la construcción. Tuvo la rara sensación de que la vegetación circundante lo recibía como a un amigo… recordaba los lugares y las formas de árboles, ramas, subidas y pendientes, se acostumbraba al sonido del agua, del viento entre las ramas. Era solo la tercera vez que pasaba por esa área, pero se sentía en cálida conexión con el lugar.
Se volvió a ubicar en el mismo coihue, en una rama más alta que le proporcionaba mayor comodidad y seguridad; más ramas servían para reposar su espalda y observar relajadamente. Los trabajos continuaban allí abajo. Era fácil comprender que no se hubieran movido más que un par de metros. Había tanto que hacer. No sabía cuántos metros avanzaban por semana o por mes, pero de pronto le interesaba saberlo todo. ¿Cómo funcionaba esa máquina? ¿Qué miraba el capitán en el mapa? ¿Qué hacía el teniente con un nivel y otros instrumentos de medición? ¿Qué sentiría Don Hernán sentado sobre esa poderoso bulldozer? Raimundo intentaba entender a través de la vista. Imposible escuchar lo que hablaban con el fuerte sonido de las máquinas. Estaba claro que el capitán coordinaba cada movimiento y estaba al pendiente de todo. Rai estuvo observando más de una hora bajo un nuevo cristal: prestó atención al trabajo de cada uno de ellos y tomó nota en su mente de cuáles eran las labores en las que él podía participar. Si… había muchas cosas que él podría hacer, deseaba aprender… quería estar ahí con el capitán y los demás hombres y ser parte de lo que ellos hacían.
Nuevamente el sonido de la alarma le indicó que era hora de volver. Suspiró anticipando las horas por venir y deseó que ya fueran las 10 de la noche.
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Durante la cena y ante las miradas furtivas que cruzó con el capitán, volvió a sentir que sus hormonas enloquecían y su miembro recuperaba la dureza que Fernando le causaba.
-. Falta poco…
No se como consigues que cada historia que escribes sea tan interesante, es que ninguna tiene desperdicio, estoy recordando la página para cuando esté el siguiente 🙈 gracias!
Muchas Gracias Rous. Una de las cosas que más me preocupa cada vez que escribo una historia es que mis personajes sean únicos y no se parezcan a los de las historias anteriores. No es fácil pero sabes… una vez que se «crean y existen» en mi cabeza, agarran vida propia y solos marcan la diferencia con el resto. Siiii… ya se que suena de locos, pero el siquiatra dijo que estoy bien y no soy contagiosa jajajajaaa. Mil gracias!!! un abrazo. Nani.
😂😂😂Eres genial ! Bueno un poco de locura nunca viene mal así que aunque fuese contagiosa tampoco pasaba nada.
Un abrazo