Capítulo Cuarenta y Tres

Juntó los pedazos de su alma rota y se puso de pie para volver al comedor. Quería huir… desaparecer. La culpa lo carcomía.  No sabía cómo mirar a Fernando después de lo que había hecho, pero incluso si él escapaba ahora, estaría poniendo al capitán en problemas con el general.

Entró al comedor sintiéndose un intruso, con la mirada baja y el corazón en vilo. Seguían sirviendo el cocktail. Se camufló entre los asistentes y cogió otra copa de la bandeja del chico de la cocina. Miró disimuladamente pero no veía a Fernando ni a Cecilia. ¡demonios! tal vez se habían ido… o quizás estaban discutiendo en otra parte. Sentía que temblaba y transpiraba en el uniforme.

-. Pasemos a cenar – invitó el comandante

Nadie se demoró ni se quedó pegado conversando. La “invitación” del comandante equivalía a una orden. Buscó el lugar que le habían asignado y por suerte, en la mesa más alejada encontró la tarjeta con su nombre. Saludos amables con los otros uniformados.  Una vez que todos estuvieron sentados Rai se desvió de la conversación cortes para buscar con la vista. Quería ver a Fernando. Lo encontró en la mesa principal. Allí estaba su querido capitán, sentado al lado de Cecilia. No sabía qué más podía romperse en él, pero sintió que caía más a fondo en la tristeza. Alcanzaba a ver su perfil… y el rostro de ella con los ojos hinchados y el peinado de peluquería algo maltrecho. Su mirada se clavó en la mano de Cecilia que reposaba sobre la mano de Fernando.

¡Ya estaba! La había jodido en grande… De seguro ella le había llorado y suplicado y Fernando había accedido a lo que fuera para calmarla, estando su tío presente. El capitán… su capitán, era un caballero. Por supuesto que no sería capaz de terminar con Cecilia en medio de una cena llena de uniformados.  Fernando no era capaz de dar un espectáculo… Dios! ¿Por qué había sido tan impulsivo? Esa mujer lo sacaba de quicio… se había sentido humillado… se seguía sintiendo igual a verlos juntos y tocándose. Su orgullo pisoteado… No solo eran los celos… era dolor puro destilando de su corazón en lentas gotas ardientes.  Los miraba hipnotizado… quizás eso mismo hizo que Fernando lo percibiera y moviera su rostro para buscarlo. Raimundo tembló con anticipación… estaba asustado. Esperaba ver enojo y molestia…   No esperaba que los ojos oscuros del capitán lo miraran con fría desilusión…

Se llevó la mano a la boca y desvió sus ojos de los de Fernando. Una daga en su corazón… ¡Maldicion! No podía llorar en medio de una cena, llena de oficiales… pero quería hacerlo… se ahogaba en su propia culpa. Nunca antes lo había mirado así

-. ¿Usted está en la unidad del capitán Ahumada? – preguntó alguien en la mesa – ¿Está usted bien?

Raimundo sintió que se desconectaba de su cabeza y un pedazo de su mente seguía funcionando y asumía un rol que debía interpretar.

Sí, sí. Él estaba en esa unidad… ¡Claro que le encantaba la zona! Todo era maravilloso… Por supuesto era muy bueno que el general hubiera venido… no, no. El frío no le molestaba para nada. Le gustaba…

Escuchó su propia voz responder educadamente, como si nada malo pasara. Se sentía adormecido… en un extraño estado mental… parecía que se había dividido en dos y un extraño, igual a él, seguía funcionando mientras el otro, el verdadero Raimundo, estaba escondido llorando de pena, miedo y dolor, en el rincón más oscuro de su mente

Sirvieron la cena… picoteó en el plato y pretendió que comía algo. Sentía nauseas. No podría tragar, aunque lo intentara. Nada más lejos de sus deseos que comer.

Intentó mantenerse concentrado en las personas que lo rodeaban. No sabía sus nombres ni quienes eran. No le interesaban tampoco. Solo eran personas que necesitaba para que sus ojos no volvieran a buscar a Fernando a cada minuto. Estaba seguro de que no podría soportar que lo volviera a mirar como lo había hecho. Le había dolido tanto.  Escuchaba. Respondía cuando le preguntaban. La sonrisa mueca era su escudo.

Los minutos pasaban con lentitud exasperante

Bien le había dicho su instinto que no quería venir a la cena…  debería aprender a escucharse más a menudo

De reojo los observaba cuando el capitán no lo estaba mirando…

Era un martirio verlos…

El hombre que amaba… su capitán que le había enseñado tanto… se habían abrazado y amado con tanta pasión… le había besado cada parte de su cuerpo… habían hecho el amor bajo los árboles… había azotado su culo hasta llevarlo al orgasmo… Y, sin embargo, ahí estaba, al lado de esa mujer tan vana y tonta…

Cualquiera que los mirara pensaría que hacían una linda pareja; el, gallardo, apuesto y caballero. Ella, femenina, sonriente y fina…

“Fina, mi abuela. Arpía disfrazada de tonta”

Raimundo ya no daba más. Estaba exhausto… pretender que disfrutaba de la cena y la compañía era un suplicio. Quería que todo terminara pronto y volver al campamento. No sabía cómo, pero quería explicarle a Fernando. Aceptaría cualquier castigo que le diera. ¡SI! Quería que lo castigara… quería que hiciera con él lo que se le diera la gana… pero que hiciera algo… los dos…juntos. Podían resolverlo.

Cuando terminaban el postre, El comandante se levantó y habló. Agradeció la visita, todos brindaron. Raimundo mantuvo la vista baja…

“Volvamos pronto… termine de hablar, comandante. Quiero que nos vayamos ya…”

Luego fue el turno de general. Estaba feliz de visitarlos… avances… espíritu militar… progreso en el camino… blah blah blah… Solo cuando comenzó a hablar del nuevo proyecto que lo había traído a la zona, Raimundo levantó la cabeza

-. Muchos de ustedes conocen al soldado Lariarte, pero pocos saben de su habilidad para el parkour. Muy pronto serán muchos los uniformados que adquirirán la capacidad y este joven calificado como experto en el deporte, será su nuevo instructor.

Hubo aplausos. Miradas sobre él.

Raimundo levantó la cabeza y sonrió educadamente.

Todos creían que se iba… Hasta él comenzaba a creerlo.

Su mirada se volvió a encontrar con la del capitán… seria… dura. La desvió de inmediato. ¿Por qué nunca antes había ensayado esto de la sonrisa mueca? Era tan fácil… se podía llorar por dentro, pero parecer feliz.

Por fin la cena llegaba a término después de dos interminables horas. Ahora sí tendría que enfrentarse con el capitán, aunque Moreira estuviera de por medio. No importaba. Solo quería que volvieran de prisa. Hablarían en el campamento. Haría que Fernando lo entendiera y lo perdonara… Se sentía tan débil. Lo necesitaba.

Esperó pacientemente a que los oficiales de mayor grado se retiraran primero. Fernando dejó el comedor junto con la comitiva del general… con Cecilia colgada de su brazo.

No sabía cómo estaba aguantando las lágrimas ni el ardor…

Entonces apareció Moreira

-. Aquí estas. Esperemos al capitán afuera

Mejor. Así no habría tanta luz para ver el enojo en sus ojos… ni gente que pudiera darse cuenta.

Esperaron en el jardín, cerca de la puerta del comedor donde la iluminación era suficiente para distinguirlos en la fría oscuridad de la noche.

Fernando apareció caminando hacia ellos con sus pasos elásticos y seguros. Incluso con la falta de luz, él podía reconocer su silueta perfecta. Raimundo sintió pena de sí mismo… Su capitán era tan increíble, maravilloso… no podía convencerse aún de que tenía que dejarlo… que todo llegaba a su fin en solo dos días más. Lo miraba fijamente… ahora que estaban casi solos no importaba si estaba enojado. De igual modo lo necesitaba tanto… se habría arrojado a sus pies si hubiera podido hacerlo.

FERNANDO

Deseaba castigarlo… pero castigarlo con ganas. ¿Cómo se había atrevido a ponerlo en una situación tan comprometedora sin pensar antes?  ¡Demonios! Raimundo podía ser un mocoso malcriado peligroso cuando se apoderaba de él la rebeldía siempre latente que usaba para defenderse. Si. Entendía que estaba celoso y enrabiado y que Cecilia se lo había buscado… pero ¿Cómo no pensó en las consecuencias de su declaración? Raimundo era suyo y le había prometido obediencia. Había incumplido su parte del trato. Deseaba hacerle cosas que en su puta vida había pensado para que no se le olvidara nunca a quien pertenecía ni volviera jamás a creerse con derecho de trastocar los planes que tan cuidadosamente había elaborado para ellos dos y que ahora… ¡maldición! Solo le quedaban dos noches con Raimundo y había pensado pasarlas juntos, en la más dulce intimidad… seguir creando memorias y recuerdos que alcanzaran a durar los meses y años que estarían separados, antes de volver a encontrarse. Durante la tarde, Fernando había estado averiguando y tenía varias semanas de vacaciones pendientes. Si administraba bien esos días, podría visitar a Raimundo cada 3 meses más o menos. No era ideal, pero tampoco era tan malo.  Quería comunicárselo… sorprenderlo con la noticia. Estaba ilusionado… sin embargo, tendría que esperar.

-. Teniente Moreira. Vuelvan ustedes dos al campamento, ahora – dijo el capitán con voz autoritaria – Yo… tengo que aclarar un problema y tendré que regresar mañana. Envié un vehículo temprano a buscarme – dijo con las frases atragantándose en su garganta.

Si claro que estaba enojado… furioso… desilusionado…

Cecilia le había armado un drama con lágrimas en los corredores detrás del comedor y él había tenido que suplicarle que se calmara y prometer que lo hablarían al terminar de cenar. Ahora, se veía en la obligación que acompañarla a su casa para terminar su insípida relación con ella. Ahí morían sus planes de pasar una de las últimas noches en la deliciosa compañía de su soldado.  En vez de eso… que decepción… ¡demonios! Perder el tiempo más valioso y preciado diciéndole a Cecilia que no era su novio, no se casaría con ella y convencerla de que cualquier oficial estaría feliz de que ella fuera su esposa. Después de todo, estaba claro que a Cecilia solo le importaba casarse con alguien que tuviera un uniforme y algunas estrellas en las jinetas. Le daba lo mismo quien fuera.  El capitán respiró enfurecido el aire frío de la noche. Estos eran los momentos en que hubiera preferido no ser un caballero y dejarla botada sin ninguna explicación. Pero él no era así. Podría haberlo hecho después, en cualquier otro momento, con tranquilidad y sin presión ¡Pero Raimundo, con su declaración lo había forzado a que fuera ahora!!!

-. ¿Lo pasan a buscar a la casa de su novia, capitán? – preguntó Moreira sin saber que se metía en medio de las patas de los caballos salvajes

La violenta mirada del capitán hizo que Moreira retrocediera por instinto

-. La señorita Carvajal no es mi novia, teniente.

Lo dijo impetuoso… encrespado… entre dientes… y aunque la frase iba dedicada al teniente, el capitán habló mirando a un perplejo Raimundo

-. Sí, señor. Al regimiento, a las 700 horas, capitán – respondió Moreira nervioso.

Miró a Raimundo más tiempo de lo que la buena educación permitía… ¿cómo había podido arruinar la noche para ellos con lo escasos de tiempo que estaban? ¿no se daba cuenta de las ganas que tenía de amarlo, de perderse en sus ojos de cielo, en su cuerpo y comerle esa deliciosa boca?

-. Felicitaciones, soldado Lariarte. Ya es oficial – dijo con la misma grave seriedad en la voz. Antes que Raimundo tuviera tiempo de reaccionar, Fernando dio media vuelta y se alejó de ellos rumbo al auto donde esperaba Cecilia.

¡Que maldita noche!

RAIMUNDO

¿Qué era oficial?…

¿Su nombramiento como instructor o el término de su relación con Cecilia? ¿Lo había dicho de manera irónica?

Bueno… entendía que estuviera enojado con él… pero la cara de desilusión de Fernando… le causaba tanta tristeza.  Ahora se daba cuenta que lo había forzado a enfrentar el asunto con la “pelo de paja”. Nuevamente había hecho algo que causaba desilusión… ¡mierda! Cómo dolía saber que había decepcionado a Fernando… ¡por que no se había quedado callado!!! No era tan difícil cerrar la boca… pero no… Él nunca lo hacía… desilusionaba a sus padres, a su hermana… a López lo había decepcionado… incluso a la unidad que lo creían culpable… y ahora a Fernando…  ¿Por qué era tan tonto? ¡Ja! Helo ahí riéndose de la tonta de Cecilia cuando él tampoco actuaba de manera inteligente… 

Subió a la camioneta arrastrando los pies

-. Estaba enojado el capitán – comentó Moreira conduciendo fuera del regimiento

-. Si…- balbuceó Rai. Estaba más que enojado…

-. Supongo que la novia terminó con él – comentó Moreira creyéndose sabedor de la verdad – debe estar enojado y triste

Raimundo sintió que se engrifaba. Toda su pena y dolor se convertía en rabia caliente y espesa… iba a responder con irritación y entonces recordó… cada vez que abría la boca estando indignado, metía la pata a fondo… La energía del enojo quedó flotando en su mente donde apenas había espacio pues estaba plena de tristeza…

-. No sé – dijo apenas encogiendo los hombros. Atragantado con las ganas de aclararle la verdad, pero sabiendo que no podía.

-. No debe estar muy feliz de que lo termine la sobrina de general. Ella es el mejor partido para cualquier oficial.

-. Tal vez no se aman – respondió cortante

-. ¿Amor? ¿Qué importa eso cuando tienes el futuro asegurado? Además, ella es agradable. Hay muchos matrimonios por conveniencia. Yo me habría casado con ella sin pensarlo dos veces

En cualquier otro estado de ánimo, el comentario de Moreira habría provocado una reacción de rebeldía y violencia en Raimundo… pero tal como estaba, solo tuvo la propiedad de hundirlo más en la pena. No le quedaban ganas de pelear… además… era verdad lo que decía… había muchos matrimonios por conveniencia… sin ir más lejos, sus padres. No creía que se amaran, pero les convenía a ambos estar juntos.

Fernando habría podido tener el futuro asegurado

Y su hoja de vida limpia

Y jamás se habría convertido en ladrón ni habría perdido el control… Su honor estaría intacto

Si no hubiera sido por él…

-. Estas muy callado, Lariarte

-. Estoy cansado, teniente

-. Voy a detenerme unos minutos en casa de… de una amiga

Moreira detuvo la camioneta en una calle solitaria en las afueras de la ciudad y se bajó de prisa

-. Vuelvo en quince minutos – grito corriendo hacia la casa con una ancha sonrisa

A Raimundo no le importó… quince… veinte… que se demorara lo que quisiera. Él no tenía nada que hacer en el campamento porque su capitán se había quedado en la ciudad con la “cabeza de paja” … ¿Qué estarían hablando? ¿Le estaría llorando a Fernando? ¿tenía siquiera ganas de terminar con ella?…

-. Zorra de mierda… – murmuró sintiéndose por fin con la libertad de poder dejar las lágrimas salir…

Fernando le había dicho que Cecilia no era importante… que no significaba nada en su vida. Pero era la maldita sobrina del general…

Quizás ahora iba a meterse en más problemas al terminar con ella

-. No la ama… no la ama

No. Fernando no podía casarse con alguien que no amara… aunque fuera la sobrina del Rey de España o del presidente de la nación.

El ladrido de un perro en la distancia hizo que Raimundo mirara a su alrededor. Era una de las últimas calles del pueblo. No era tan tarde, pero debido al frío exterior, no había nadie en la calle. Todo estaba solitario, helado, oscuro…

-. Igual que yo…

Solo…

Iba a estar en un regimiento importante lleno de cientos de personas

Pero estaría solo…

Su alma y su corazón iban a quedarse son Fernando… la única persona en el mundo que podía entenderlo y aceptarlo tal como era… ¿lo amaba tal vez un poquito? Quería creer que si… que Fernando le tenía cariño… que no todo había sido sexo y placer únicamente. Eran tan pocas las personas que lo habían llegado a querer de verdad.

La soledad volvería a ser su compañera… su única compañía…

-. No. No lo es – dijo de pronto secándose las lágrimas y buscando en sus bolsillos. Estaba quebrado de pena, pero si tenía que volver a la capital iba a hacer algo bueno. Repararía la deuda de cariño que tenía pendiente con su madre y su hermana. Ellas se alegrarían de que él volviera… De pronto, Raimundo sintió deseos urgentes de hablar con ellas y contarles… una voz amiga, amable. Alguien que le diera un poquito de calor en medio de tanto frío.  Buscó en su celular el número de su madre. Sabía que estaba emocionalmente alterado, pero quería escucharla… saber que no estaba completamente solo en el mundo…. Fernando ya no era suyo ni él le pertenecía, aunque se lo hubiera repetido cien veces…

Escuchó el repiquetear de la llamada varias veces, pero nadie respondió del otro lado

-. Mamá…- gimió Raimundo, llamando bajito a la única persona que nunca le había fallado en amarlo… 

Volvió a marcar sin obtener respuesta. No… no… quería escucharla. Estaba volcando toda su necesidad de afecto en ella… Su mamá siempre estaba ahí… la necesitaba. Insistió porfiadamente llamando al número de la casa.

-. Hola – respondió una voz de hombre

-. ¿Ernesto? – preguntó Raimundo, reconociendo la voz de su hermano

-. ¡Pero si es el hijo pródigo! – escuchó el sarcasmo al otro lado de la línea

Quiso preguntarle como estaba, decirle algo que los volviera a unir… ahora entendía que Ernesto solo era un buen hijo…

-. ¿Cómo estás? – preguntó al borde de la emoción

-. ¿Qué quieres? – respondió su hermano, cortante

Bueno… tomaría tiempo reparar las grietas entre ellos…

-. Pásame con mamá – pidió Rai. Ya tendría tiempo para arreglar las cosas con su hermano

-. Ja… ¿Quieres que te pase con mamá? Estas llamando al lugar equivocado

-. Déjate de tonteras y llama a mamá – pidió Rai – No tengo mucho tiempo

Moreira podía volver en cualquier instante.

-. Si. Se nota que te falta tiempo para llamar a tu familia. Como estas inubicable y no respondes el teléfono, supongo que nadie te ha contado

-. ¿Contarme qué? ¿Qué pasó?

-. Tú eres increíble, Raimundo. Ni siquiera necesitas estar presente para causar daño… eres como una lesión permanente en esta familia– respondió su hermano hablándole golpeado

-. ¿De qué hablas?

-. Mamá ya no vive aquí –informó Ernesto con frialdad

Fue como un pequeño terremoto en que él mismo era el epicentro

-. ¿Cómo?

-. Para variar, es tu culpa que se haya ido

-.  ¡Ernesto! ¿Qué pasó?

-. Mamá se enteró del truco que hizo papá para obligarte a entrar al servicio y se puso furiosa. Se pelearon a gritos y ella se fue.

No.. no.. no.. no era justo. No por culpa suya…

-. ¿Mamá se fue? – repitió Raimundo en estado de shock

-. Si. No puede tolerar que le hagan daño a su hijito regalón

No. Él no era el regalón. Él era el que más la necesitaba y le causaba problemas… solo eso. Seguramente mamá quería más a sus hermanos que eran buenos hijos

– ¿Dónde está?

No le importó que se notaran las lágrimas al hablar. No se sentía capaz de disimular nada…

-. Mamá y Abelia se fueron a vivir a otro lugar. Nos dejaron solos a papá y a mi

-. Pero… ¿mamá no vive en la casa?

-. ¡Es lo que te estoy diciendo!

-. ¡Dios! ¿Desde cuándo?  

-.  Se fueron hace unos días – respondió Ernesto más calmado.

-. ¿Dónde está? Quiero hablar con ella – suplicó Rai

-. No sabemos. No quiere hablar con papá. Dice que están bien. Llámala al celular, el mismo de siempre – respondió Ernesto antes de cortar. También se había emocionado y se le alcanzó a notar en la voz.

Raimundo se enderezó en el asiento. Agitado. Angustiado. Marcó el número de su madre y de su hermana Abelia varias veces, pero no obtuvo respuesta. Comenzó a desesperarse. ¿Sería una broma de su hermano?  Una bastante cruel. No. Ernesto no mentiría sobre un tema tan serio…Sentía repulsión al pensar en llamar a su padre…

Sus padres estaban viviendo separados…

Ya no tenía una familia completa…

-. Disculpa, Lariarte. Me demoré un poco más – dijo el teniente Moreira volviendo al vehículo con la sonrisa más amplia aún- ¿Qué te pasa?

-. No se preocupe, teniente – dijo Rai pasando las manos sobre sus ojos y tratando de hablar sin sollozos – Recibí malas noticias – explicó mostrando su teléfono celular

-. Lo lamento. ¿Puedo ayudarte en algo?

Lo conmovió la pregunta de Moreira… estaba en un estado tal de fragilidad que la más mínima muestra de afecto provocaba un desastre

-. No, teniente… es que… mis padres se acaban de separar

Moreira alzó las cejas en señal de asombro…

-. Que desgracia. Yo pasé por lo mismo. Los míos se divorciaron cuando yo tenía trece años. Mala cosa.  Ahora que vuelves a la capital podrás estar más con ellos.

¿Ellos? No. No le importaba su padre. No lograba sentir cercanía con él… los separaba un abismo demasiado grande … pero sí quería estar con ellas… Decirles que, después de todo, no había sido tan malo estar en el servicio. ¡Demonios!… odiaba admitir que tal vez su padre había tenido algo de razón… Él había cambiado… y su mamá no lo sabía. Ella seguía creyendo que él sufría por estar sirviendo… y eso la había hecho discutir con su padre al punto de haber abandonado la comodidad de la casa donde los había criado. Pensó en todas las cosas que su mamá hacía con amor en la casa familiar… en el jardín que tanto amaba… y que él destruía, como si nada, pasando con el vehículo por encima… en las comidas que preparaba con cariño… y que él estropeaba por mañoso y por terminar peleando en la mesa, gritándose con su papá o su hermano… la ropa limpia que le guardaba en el closet… y que él se demoraba dos minutos en dejar desordenada y regada por el cuarto… la imaginó sentada esperándolo cada vez que a él se le daba la gana desaparecer por horas o días sin decir donde iba ¡Dios!!! Cuanta tristeza le había ocasionado a su mamá… Ahora tenía otro hito que agregar a su baúl de culpas. ¿Es que nunca había hecho nada bueno en la vida?  Le había causado daño a las contadas personas que lo querían… era como una peste…  ¿Cómo lo había llamado Ernesto? Una lesión… él era una lesión y lesionaba a los que tenía cerca…

Lo había hecho con Fernando también…

Su hermano tenía razón…

-. Supongo que estas contento de volver a la capital – comentó Moreira sin esperar respuesta – A mí me gustaría que me destinaran a un regimiento grande. La vida en una gran ciudad es muy entretenida. Yo me preparé en la academia Militar de la Capital… Tenía buenos amigos. Una vez, estábamos de guardia…

Raimundo realmente no lo estaba escuchando, pero no tenía ninguna importancia. Moreira solo quería hablar.

Se hundió en el asiento…

Por la ventana no se distinguía el hermoso paisaje de siempre… solo había oscuridad y frío…

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