Capítulo Dos

El cuento del niño que tomó el camino equivocado

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FACUNDO

Todos los días entregaba paquetes y recibía dinero… mucho dinero, que hacía llegar a los jefes de las maneras más increíbles; nunca abiertamente ni en el mismo lugar. Pero Facundo tenía buena memoria y recordaba las instrucciones de cada día. Mientras más dinero movía, más cuidadoso se volvía.

A su vez, cada semana le pagaban en efectivo. Facundo estaba ganando una buena cantidad de dinero, más que Tomás y más que su hermano, quienes aún seguían repartiendo paquetes. Ninguno hacía preguntas; no sabían de dónde venía la mercancía ni como llegaban a esos hombres. Tampoco estaban interesados en preguntar. Solo hacían su trabajo y disfrutaban de poder tener plata para gastar por primera vez en sus vidas.

Su mamá se volvió “amable” cuando vio que Facundo tenía dinero. De pronto, él pasó a ser más importante que los idiotas que la visitaban a cualquier hora. Como de milagro, su ropa comenzó a aparecer limpia y planchada, la casa intentaba parecer ordenada y limpia, había comida caliente en la mesa y su mamá tenía tiempo para conversar con él… aunque…

-. Ya estoy mayor, hijo… me cuesta lavar tu ropa. Creo que deberíamos comprar una lavadora.

Facundo accedió.

-. Me disculpo por que se quemó un poco el arroz… es que las ollas están tan viejas… y la cocina… ¡mira nada más! ¡Si tiene más años que yo!

Compraron una cocina nueva la semana siguiente

-. Un poco de ropa nueva no estaría nada de mal… ¡ropa nueva de verdad! – dijo ella brillándole los ojos – Puedes comprarte una chaqueta nueva y deshacerte de ese trapo rojo

Facundo compró ropa nueva para ella y su madre… aunque jamás dejaría la chaqueta roja. Representaba para él mucho más que una prenda de ropa: era su sello, su pequeño desafío de rebeldía, su forma de mostrarse al mundo. 

No era estúpido. Entendía el juego de su madre… a pesar de todo, estaba feliz de tener la atención y el cariño que el dinero le estaba comprando.  Ella no hacía preguntas, no le preocupaba que clase de compañía frecuentaba su hijo o si estaba en un trabajo peligroso o ilegal…no, nada de eso le importaba. Mientras hubiera dinero, ella podía darse un descanso y disfrutarlo. Si algo la preocupaba era la posibilidad de que Facundo dejara de traer dinero a casa. Siempre quería más y más.

No trabajaba junto a Tomás, pero seguían siendo amigos, aunque ya no tenían la misma relación de antes. Tomas y su hermano se habían resentido porque Facundo había “ascendido” y ellos no. Habían pasado alejados un buen tiempo, pero ahora, lentamente, Tomás volvió a buscarlo y a intentar recuperar la amistad.

-. Cualquier día de estos, tu vieja te va a pedir una casa

Facundo rio. No ganaba tanto dinero como para comprar una casa… pero si pudiera, se la compraría.

-. Facu… Ya no deberías vivir con ella – dijo Tomas repentinamente serio.

Caminaban juntos de regreso. Era casi medianoche. Habían cenado estupendamente en un restaurant de comida rápida y ahora caminaban por el parque donde jugaban de niños. Estaba casi desierto a esa hora y era agradable.

-. ¿Y dónde debería vivir? ¿con tu familia?

-. No.… yo… he estado pensando

Tomás se detuvo y se acercó a uno de los bancos de parque

-. ¿Pensando qué?

Facundo tomó asiento en el banco abrigándose con su infaltable chaqueta.

-. Deberíamos vivir juntos… en una casa para nosotros… o un departamento… o cualquier cosa… pero solos los dos

La propuesta tomó a Facundo por sorpresa. Tenía apenas dieciséis años y Tomas uno más que él… Tal vez en el pasado habría dicho que si de inmediato, pero… Tomás se había alejado y molestado cuando a él le pasó algo bueno… eso no lo hacía un verdadero amigo.

-. ¿Y qué haríamos viviendo solos?

A Tomás le encantó la respuesta. Facundo no había dicho que no, sino que estaba interesado

-. Pues… lo que quisiéramos, ¿no?

Tomó asiento al lado de su amigo… su inseparable amigo de los ojos negros y dulces; su amigo que ahora estaba siempre limpio y olía delicioso… en los meses que habían estado separados Facundo había florecido aún más hermoso… su amigo que adoraba, un poco más de lo correcto… su cariño era “diferente”. Facundo representaba casi todo en su vida … No podía imaginar el futuro sin Facundo a su lado. Lo había pasado muy mal cuando se alejó de él y había decidido que quería recuperarlo y tenerlo de vuelta con toda la atención para él.

-. No sé… es raro pensar en vivir los dos solos… – comentó Facundo. Él nunca había pensado en vivir en otra parte. Estaba disfrutando del cariño comprado de su mamá. Quizás debería irse con su madre a otro lugar.

¡No!! Pensó Tomás. No era para nada raro. Él lo había imaginado miles de veces. En su cabeza había imaginado tantas cosas con Facundo… lo cuidaría, se preocuparía de él… estarían juntos.

-. Piénsalo bien – dijo acercándose y pasando su mano por detrás del cuello de Facundo – sería genial tener nuestro propio lugar, pedir la comida que queramos, no rendirle cuentas a nadie

Tomás hablaba de sus sueños frustrados y estaba entusiasmándose. No supo en que momento su mano se deslizó sola al cuello de Facundo y comenzó a acariciarlo

-. Nadie que nos diga que hacer o a qué hora llegar… compraremos un televisor extra grande para ver lo que queramos. ¡Ahora tenemos dinero!!

¡Oh Dios! Eso sería maravilloso. Los dos juntos como siempre había querido. Tomás había traspasado el límite del espacio personal de Facundo… estaba demasiado cerca

-. Podríamos dormir hasta tarde y nadie, absolutamente nadie, nos estaría vigilando

Quizás fue el expresar sus deseos en voz alta… quizás fueron los hermosos ojos oscuros tan cerca de los suyos… o la piel tan clara y suave que parecía terciopelo. ¡Aaahh!!! Facundo era tan hermoso y adorable.  Había soñado tantas veces con tocarlo de manera impropia… fijo su vista en los labios de su amigo… cerró los ojos y los rozó apenas con los suyos.

Facundo no gritó, no lo golpeó ni siquiera lo empujó. Se quedó quieto como una estatua, petrificado… atontado… choqueado

Cuando Tomás, sonriente y satisfecho, abrió los ojos vio como los de Facundo expresaban horror.

-. Me… besaste…- balbuceó Facundo con evidente disgusto

-. No.… yo, si… es que…

Era un balde de agua fría sobre la espalda de Tomas… Tantos años esperando… deseando… imaginando.

-. ¿Por qué me besaste? – preguntó Facundo poniéndose de pie y alejándose unos pasos

-. No. Espera

Tomas corrió a su lado. No era así como tenía que suceder. Él podía convencerlo. Sería genial estar juntos.

– Me gustas… desde que te conocí… no, es más que eso. Tú… tú eres lo único que me importa. Quiero estar contigo. Necesito estar contigo. Viviremos juntos y cuidaré de ti. Tengo muchos planes. Todo estará bien.

Se acercaba demasiado, parecía fuera de control

Facundo quiso soltarse y retroceder, pero el árbol a su espalda se lo impedía. Estaba choqueado. Solo atinaba a negar con la cabeza… mientras más hablaba Tomás, más crecía su incomodidad. ¿Qué estaba diciendo? ¿Estaba loco? Ellos eran amigos… casi hermanos… Tomás era lo más lejano posible a una persona con quien besarse…

-. No te asustes… estaremos bien. Tengo todo bien pensado.

Quería que lo soltara y se alejara, pero Tomás se empeñaba en agarrarlo con tanta fuerza que le causaba dolor… le estaba triturando el brazo y, de pronto, se sintió empujado contra el tronco… aprisionado, Tomás volvía a estar sobre él buscándole la boca y besándolo a la fuerza… sus manos y su cuerpo grande lo comprimían contra el árbol y se restregaba contra él… le sujetó el rostro y le abrió los labios a la fuerza.

-. Tu y yo juntos, viviendo solos, vamos a pasarlo muy bien.

Sintió la lengua de su amigo junto a la suya… contuvo una arcada… sintió nauseas… le dolía la cabeza aplastada contra la corteza… Tomás le metía la rodilla entre las piernas y subía hacia su entrepierna, lo machacaba contra el tronco, le inmovilizaba la cabeza y parecía que le habían crecido tentáculos que estaban por todas partes de su cuerpo al mismo tiempo… él era demasiado delgado y pequeño comparado con Tomás, no tenía fuerza suficiente para sacárselo de encima… se sentía impotente y aterrado frente a la pérdida de control y la brutalidad de Tomás…

-. ¡Suéltame… por favor, suéltame!

-. No… no… no luches contra mí. Va a gustarte y estaremos bien – respondió el pelirrojo volviendo a atacar su boca

Facundo trató de mover la cabeza para evitarlo… movió todo el cuerpo para intentar liberarse, pero el otro era demasiado fuerte. Le causaba daño, dolor y mucho miedo. La mano que cayó pesada sobre sus genitales fue la gota que terminó de horrorizarlo. Finalmente, cuando ya sentía que se ahogaba, pudo respirar y lanzó un grito ahogado, mezclado con llanto y horror que resonó fuerte justo en el oído del pecoso

-. Noooooooo

-. Facundo…

Tomás recién parecía darse cuenta de lo que había hecho. Se llevó las manos a la cabeza y lo miró suplicante

-. Déjame explicarte… lo he planeado muy bien…

-. ¡NO!!! No me toques… ¡aléjate!!!

Facundo comenzó a correr desbocado. Le dolía todo el cuerpo, la espalda la cabeza, el brazo… todo, especialmente le dolía el miedo que había sentido. No pensaba quedarse ahí. No se detuvo ni siquiera cuando chocó contra un hombre que se lo quedó mirándolo preocupado. Un hombre joven… adulto… un policía que no había aguantado quedarse encerrado en el vehículo mientras alguien lo manoseaba y, rompiendo todas las reglas establecidas, se había bajado para ayudarlo.

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LEANDRO

Despertó de golpe, como si alguien o algo lo hubiera hecho saltar en la cama. Estaba sudando… el corazón latía con locura…  Se sentó al borde de la cama sujetándose firmemente con ambas manos…

Otra vez había soñado con él…

En las últimas semanas no dormía tranquilo, suspira todo el día y su mente lo traicionaba con pensamientos que le costaba controlar… a veces parecía ausente… perdido en sus propios pensamientos… sonriendo como idiota…

No podía explicárselo… aunque tratara mil veces no podía entender que es lo que le pasaba con el chico…

-. Facundo…- repitió su nombre en voz baja en la soledad de su departamento… – Facundo…- volvió a decir casi como una súplica.

Miró la hora. 5:40 de la mañana. Ya no se volvería a dormir. Encendió la luz y conectó la máquina para tomar un café. Luego se dirigió al lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo cuando no estaba siguiendo a Facundo. El pequeño estudio de su departamento tenía dos paredes tapizadas de fotografías…

Si. Estaba loco. Era un demente.

Obtener información sobre él, su madre y vecinos había sido tan fácil como apretar un par de teclas en el computador de la oficina… pero los datos obtenidos no eran ni remotamente suficientes para lo que él quería saber.   Durante los últimos dos meses había coleccionado cientos de imágenes de Facundo y se había aprendido de memoria el lenguaje corporal del chico; la forma de moverse, de caminar, de hablar, el olor y la mirada de Facundo. Estaba malditamente loco, ¡obsesionado hasta la última célula de su cuerpo!… iba a perder su trabajo si alguien se enteraba, pero no podía evitarlo. Revisó con cuidado, casi acariciando, las imágenes que había en la pared.  La sonrisa de Facundo lo hacía sonreír; su rostro serio al entregar mercancía lo hacía preocuparse, el rostro apesadumbrado cuando regresaba solo a su casa también lo inquietaba. Quería conocerlo en verdad, estar con él y sobre todo hablarle. Soñaba con eso todo el tiempo. Y lo había hecho. Pasando por alto todas las malditas reglas de su trabajo, había estado en contacto con Facundo en dos oportunidades. La primera, fue cuando se hizo pasar por comprador. Estaba tan nervioso cuando caminaba hacia él que sus manos temblaban. Facundo lo miró de manera diferente…. ¿Quizás sorprendido porque era un cliente nuevo? El cambio en la mirada de Facundo había encendido las alarmas en el detective y dejó de temblar para comportarse más seguro.  Habían cruzado apenas un par de palabras, pero a Leandro le bastó con ello. Después de tantas semanas de vigilarlo quería escuchar su voz, olerlo, estar cerca de él, respirar su aire y tuvo que hacerlo. Se maldecía a sí mismo, pero la necesidad de conocer a Facundo era más fuerte que él.  Había sido como una intensa sesión de hipnotismo que lo había dejado peor que antes. Facundo había esbozado apenas una sonrisa tímida para él y Leandro sintió que su cuerpo se volvía lana y no podía caminar. El magnetismo de Facundo era tan imponente.   Volvió al vehículo caminando aturdido. Estuvo más de media hora acariciando el paquete ilegal que había comprado y disfrutando de la sensación vivida.

Eso le había durado dos semanas. Malditos quince días que se pasó planeando cómo volver a hablarle y ver sus ojos directamente. Finalmente, se le ocurrió algo muy arriesgado.  Volvió a cruzarse con él cuando el chico entró al restaurant donde comía casi todos los días, luego de terminar sus entregas. Leandro ya se había aprendido los horarios del pequeño delincuente de memoria. Esperó en el restaurant, cerca de la mesa que Facundo usaba a diario. La última, al fondo del local.  Estaba ansioso tomando un café cuando lo vio llegar en su reluciente chaqueta roja. Agachó la cabeza y fingió estar pendiente del celular. No lo miró en ningún momento. Estaba esperando para hacer una movida importante y arriesgada. Dejó pasar un par de segundos luego que Facundo se dirigió al baño. Sabía que dejaba la chaqueta roja en el asiento. Entonces, con el mayor disimulo posible fingió que algo se le caía. Se agachó al suelo y lentamente busco el revés de la chaqueta, la parte donde estaba la costura. ¡Demonios!… suspiró emocionado… la chaqueta estaba tibia… aún tenía el calor del cuerpo del chico en ella… sintió un fuerte deseo de reposar su cabeza en ella y dejarse envolver por su olor y textura… tantas fotos, tantos pensamientos, tantos deseos…

-. ¡Concéntrate, idiota! – se dijo a sí mismo en un murmullo exaltado. Metió con cuidado el pequeño micrófono localizador justo en el doblez de la chaqueta, asegurándose que quedara bien escondido. Luego, de prisa, se levantó, pago la cuenta y salió del café. Subió a su auto, una cuadra de distancia y encendió el aparato que le permitiría saber dónde estaba y escuchar la voz de Facundo dondequiera que fuera. Esperó ansioso hasta que pudo escucharlo…  sonrió como si hubiera recibido el mayor regalo del mundo. Ahora podía saber en todo momento con quien conversaba y que hacia… se excusó a sí mismo por tamaña locura diciéndose que todo aquello era parte del trabajo que tenía que hacer para llegar a los verdaderos traficantes… era parte de su trabajo… ¡pero estaba dichoso!

El fuerte sonido de la cafetera hizo que Leandro aterrizara sus pensamientos y volviera a la realidad. Con el café recién servido, se sentó frente al ventanal y observó el amanecer en la ciudad desde el piso dieciséis… Dieciséis. La misma edad de Facundo. Casi un niño…

¡Por Dios! ¡Estaba completamente fuera de control!!!

Había hecho exactamente todo lo que le enseñaron que NO debía hacer…

Se había involucrado emocionalmente con un delincuente.

En verdad, no podía explicar qué clase de magia había sucedido… Facundo le nublaba la cabeza, el pensamiento y la razón.

¿Cómo podría ser un buen detective si se derretía frente a un mocoso de 16 años que le había llenado la cabeza con visiones de dulzura, lujuria y éxtasis???  ¿Qué clase de persona era cuando tenía paredes llenas de fotografías del chico que lo atormentaba? Él había estudiado eso en la academia… sabía lo que era… era un sicópata… un maldito loco enfermo… enfermo de deseo y ganas por Facundo. 

Sorbió el café. Tenía sabor a culpabilidad

Desde que escuchaba su vida diaria a través del micrófono la fascinación se había intensificado, cada día un poco más. El localizador le indicaba dónde estaba. No iba a muchos lugares y lo único que variaba en su rutina eran los lugares de encuentro con los traficantes. Es verdad que era un delincuente… pero también era un niño solitario, necesitado de cariño y compañía, un chico dulce que aparentaba ser rudo. Facundo despertaba una ternura inmensa en el detective. Sentía lástima y dolor al escuchar como el chico se conformaba con las migajas de cariño que le arrojaba su madre. Estaba enojado y asustado con el único amigo que había tenido y que intentó abusar de él. Sabía todo y lo sentía tan cercano. De manera retorcida, Leandro sentía que formaba parte de la vida de Facundo. Lo entendía. En cierto modo se parecía a él. Facundo era un chico listo que estaba llevando un mal camino. ¡Pero tenía salvación!  Podía ser una persona de bien si se le daba la oportunidad. 

Él estaba buscando la forma de hacerlo y con ello estaba poniendo en peligro su carrera y todo su futuro.

Hacía días que sabía cómo funcionaba el sistema de entregas de los traficantes. Estudiaba una y otra vez el panorama pensando en lo que debía hacer. Facundo era un traficante… pero él tenía claro cómo y porqué había llegado a esa vida. Lo había leído todo. Sabía acerca de la madre y la vida miserable que le había proporcionado a su hijo. Absolutamente todo. Lo peor era que lo entendía… y no quería entregarlo. Detener a los traficantes significaba detener a Facundo. Ya no era un menor así es que iría derechito a la cárcel…

Se paró de un salto de la silla…

No le cabía en la cabeza imaginar lo que harían con Facundo en la cárcel de hombres…

Ya sabía que no le gustaba que lo tocaran…

En la cárcel lo destrozarían…

Cerró los ojos e imagino por millonésima vez lo que se sentiría al tocarle la piel…las manos suaves y delicadas… el rostro… besarle los ojos cerrados y el cuello… bajar por su pecho acariciándolo con delicadeza… su torso fino… la cintura delgada…

Leandro dejó caer su frente suavemente contra la pared que tenía en frente. Se estaba excitando al pensar en él… le pasaba casi todos los días… Facundo… tan cerca pero tan lejos… como si fuera de otro planeta… aun así, no podía evitar desearlo, querer hablarle, escucharlo, olerlo…  conocerlo de verdad… porque sabía de él hasta lo que comía cada día pero no lo conocía…

¡Dios!!!  ¿Cómo iba a entregarlo para que lo rompieran en mil pedazos en una mugrosa cárcel? Tenía que haber alguna forma… y debía descubrirla pronto porque tenía al capitán encima, exigiéndole resultados.

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FACUNDO

Tomás lo esperaba fuera de su casa casi cada noche. Facundo lo evitaba, pasaba de largo sin mirarlo ni dejarlo que se le acercara. No escuchaba sus palabras de perdón, las mil disculpas ni los ruegos ni las amenazas o enojos. Para él, Tomás estaba muerto.

-. ¿Qué pasa con el vecino? – preguntó su madre

-. Nada. No pasa nada

Nunca en la vida iba a hablar de lo que había pasado, de cómo se había sentido violentado y abusado. Había sido consciente de su tamaño pequeño y de que a veces, sí se requería fuerza. Tomás le había dado una dolorosa lección.

Ella siguió mirando el programa en la tele nueva que había comprado con el dinero de su hijo la semana anterior.

-. Faltaré a dormir algunas noches – anunció Facundo

-. Ya

No preguntó más. No le interesaba.

Facundo quería contarle lo que había pasado en la reunión que había citado el jefe hacía unas horas. Desde hacía días quería hablar con ella… o sea, hablar con alguien y ella era la única persona con quien tenía contacto ahora. Estaba contento.  Se habían reunido casi todos los chicos. A él lo habían “promovido” nuevamente. Cumplía 17 la semana siguiente y los jefes le habían dicho que a partir de entonces dispondría de un vehículo, un ayudante y un chofer. Él sería el nuevo encargado de algunas entregas especiales. Le dijeron que podía elegir a una persona que trabajaría con él.

Tomás sonrió por anticipado dando por hecho que sería él. La mirada ansiosa y alegre se transformó en odio puro cuando Facundo eligió a uno de los hombres mayores; un tipo fuerte y experimentado que lo protegería. Facundo ya no vendería migajas de paquetes. Ahora entraría al juego de verdad. Entregaría cantidades importantes y movería mucho más dinero.

-. Tienes que ser astuto, invisible, rápido

-. Puedo serlo – respondió el chico

-. Tú eres el responsable. No se te ocurra fallar – dijo el mismo gordo, amenazante – respondes ante mí por cada gramo que te entregue

-. No fallaré – respondió él con tranquila serenidad.

No sabía porque ese hombre no lo asustaba. Él siempre cumplía y no tenía nada que temer. Le resultaba fácil que le abrieran puertas y entregaba todo sin problemas. Había visto como otros chicos habían “desaparecido” misteriosamente y una vez le tocó ver la golpiza de muerte que le dieron a uno que sorprendieron robando. Se había asustado al verlo encogido en el suelo con el cuerpo machacado a golpes y el rostro cortado y sangrante. Los hombres para quienes trabajaba no escuchaban excusas ni disculpas. Pero él hacía bien su trabajo y los jefes lo tenían en consideración. Pensándolo bien, Tomás le daba mucho más miedo que el jefe gordo.

Volvió caminando a su casa, sumido en su chaqueta roja y con las manos protegidas del frío dentro de los bolsillos.

Estaba claro que relacionarse con las personas no era su fortaleza; la mayoría de la gente le daba miedo, lo hacían sentir torpe y no sabía que decir ni cómo comportarse. Con Tomás y su familia había sido bueno y diferente hasta que todo cambió y ya no tuvo más relación que con su madre y sus jefes. Tenía dieciséis años y nadie con quien hablar en su vida. A veces pensaba en la abuela misteriosa que no conocía, pero su madre enloquecía cuando él intentaba preguntar. Era un tema intocable. Extrañaba relacionarse con alguien de verdad… no por negocios ni por necesidad… alguien con quien solo pudiera hablar… un amigo.

A su mente acudió la imagen de un comprador que se le había acercado un par de semanas atrás. Se le había quedado grabado en la mente por un detalle particular. Un hombre joven y buen mozo, bien vestido, limpio… diferente. No sabía porque, pero nada más verlo, había pensado que esa persona era distinta. Primero, lo había mirado un poco receloso mientras se acercaba ya que era primera vez que lo veía. Los jefes le habían advertido sobre los policías encubiertos y el instinto animal de Facundo le advirtió que corriera a toda prisa… pero entonces, lo miró a los ojos. El hombre tenía ojos de color avellana, nada demasiado especial en su forma, sin embargo, la expresión que leía en aquellos ojos era diferente a todo lo que había visto en su vida… se sintió cautivado y atrapado en ellos… nadie, jamás, lo había mirado de esa manera… con tanto interés y esperanza… cómo si se conocieran de siempre y fuera su mejor amigo. Facundo se tranquilizó en segundos luego de ver la expresión de aquellos ojos…

-. Hola – dijo el hombre con voz grave y amistosa… algo ansiosa, pero así era con la mayoría de sus clientes. Facundo normalmente hablaba lo menos posible con los compradores y casi nunca respondía un saludo, pero esa vez sintió la necesidad de hacerlo

-. Hola – respondió calmado

-. ¿Tienes?

-. ¿De cuál quieres?

Lo vio dudar por un instante y otra vez sus alarmas se dispararon… ¿cómo un cliente no iba a saber lo que quería?

-. De la blanca – dijo el hombre esbozando una sonrisa dulce, protectora… envolviéndolo en ella.  Fue algo tan simple pero imponente, una sensación única …  Facundo se había sentido impulsado a sonreír de vuelta mientras sacaba el paquete de su chaqueta

-. Diez mil… – murmuró lentamente con repentina timidez, como si le diera vergüenza cobrar

Sin perder la calma ni la expresión de seguridad, el hombre le pasó los billetes rozando levemente sus dedos.

-. ¿Estas siempre aquí? – preguntó el comprador

A una pregunta así, Facundo siempre respondía con evasivas

-. Si…- se escapó de su boca

Una nueva sonrisa del hombre

-. ¿Y que más vendes?

Otra pregunta que debió hacerlo huir como loco…

-. Lo que quieras – respondió alzando la vista deseando volver a verle los ojos y dejarse envolver por la cálida expresión.

Un intercambio de miradas intensas que duró solo segundos

-. Nos vemos – dijo el comprador con una última cálida expresión. Luego, había dado vuelta para marcharse.

Facundo se quedó mirándolo caminar…

El hombre lo había impresionado y no tenía claro por qué ni nada.  Solo… había sentido que él era una persona diferente a todos los que conocía y que lo había mirado de una manera que le había encantado.

Qué lástima que fuera un consumidor… o sea… por un lado era bueno ya que significaba que volvería a verlo, pero, por otro lado, él sabía lo que la droga hacía en las personas y cómo los destruía: nunca la había probado ni pensaba hacerlo… Tomás lo hacía de vez en cuando y vaya que mal le había hecho. Solo en ese momento se detuvo a pensar en un detalle que se le había escapado… la gran mayoría de sus clientes eran drogadictos fácilmente reconocibles; sus ojos, la piel, el aspecto en general denotaba el uso de drogas…

“Él estaba limpio” murmuró para sí mismo medio asustado, medio feliz. No exhibía ninguno de los rasgos físicos de un adicto. Bueno… quizás era un principiante… o tal vez no era para él…

Había esperado que volviera a comprar y lo había buscado entre la gente durante los días siguientes, pero no volvió a aparecer.  Semanas después, estaba a punto de olvidar el incidente cuando lo volvió a ver al entrar al restaurant donde comía todos los días. Su primera reacción fue de alegría y casi se sintió tentado de ir a saludarlo y hablarle como si fuera un amigo… pero se desilusionó al ver que el hombre estaba perdidamente ocupado con su celular y nunca levantó la cabeza para mirarlo. Cuando volvió del baño, el hombre se había ido y ya no lo había vuelto a ver más.

Apuró el paso para llegar a su casa. En aquella parte del país siempre hacía frío. Él no conocía otra cosa ni otro clima. Jamás había salido de la ciudad.  En la escuela había aprendido sobre lugares calientes y soleados, donde la gente no usaba chaqueta ni de día ni de noche.  Mmhh… él no sabía nada de eso. La única cosa con la que podía asociar la palabra “calidez” era la mirada que había sentido de ese hombre extraño. Quizás debería haberle hablado en el restaurant. A lo mejor podrían haber sido amigos… 

El pensamiento tan absurdo hizo reír a Facundo. El raro sonido de su risa hizo eco en la calle fría y solitaria donde nadie lo escuchó….

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Leandro tembló al escucharlo reír a través del pequeño parlante… ¿Qué lo tenía tan contento? ¿Cómo era su expresión cuando reía?… ¿Estaba feliz porque esos idiotas le habían dado un trabajo más peligroso? ¿No se daba cuenta como se aprovechaban de él y de su aspecto inocente?  ¡Aaahhh todo era tan complicado!!!  Le gustaba tanto que Facundo riera, lo emocionaba porque era algo muy raro, cuanto le habría gustado verlo reír con él, ser él quien le causara alegrías… pero también estaba preocupado. Facundo se sumergía muy de prisa en el oscuro mundo del tráfico y cada día sería más difícil salir de aquello.

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Días después, la madre de Facundo dormía la siesta del atardecer cuando los fuertes golpes en la puerta la despertaron.

-. ¿Qué quieres? – preguntó alterada al ver a Tomás en la puerta. Nunca le había gustado el amigo pecoso de su hijo.

-. ¿Dónde está Facundo?

-. Aquí no está – dijo ella, intentando cerrar

-. ¿Sabes que ese malagradecido te está entregando migajas?

Tomás pateó la puerta con fuerzas. La mujer salió disparada contra la pared… pero no le importó el golpe ni tampoco que el mocoso falto de respeto la tratara sin respeto. Era más interesante lo que estaba escuchando

-. ¿Qué migajas? ¿De qué hablas?

-. Tu hijo es una basura traicionera…  se da aires de grandeza y no me habla… tiene mucho dinero y tú sigues viviendo en esta porquería

Los ojos de la mujer se abrieron desmesuradamente

-. No sé de qué hablas… ¿Qué dinero?

-. El pequeño mojigato se cree jefe ahora. Se olvidó que me lo debe todo a mí – gritó Tomás que estaba bajo los efectos de alguna droga 

A Briguitte no le gustaba que ese mocoso viniera a gritar a su casa, pero deseaba saber más…

-. ¿Facundo tiene dinero?

-. Si… Dinero suficiente como para que vivas en una casa grande y bonita.

-. ¿sí? ¿Dónde lo tiene?

-. Te lo diré si me haces un favor

-. Por supuesto, cariño – dijo ella enderezando el pecho y moviendo la cadera – ¿Qué favor quieres?

Tomás rio mirando como la mujer se volvía provocativa con él… ¡Puaj! Qué asco

-. Volveré. No le digas a Facundo que estuve aquí

-. Yo nunca te he visto – dijo ella cerrando la puerta y corriendo como loca a revisar el cuarto donde dormía su hijo. Desordenó todo buscando el dinero del que hablaba el pecoso, pero no lo encontró. ¡Mierda! Tendría que esperar a que el colorín volviera a hablar con ella.

Al día siguiente, en cuanto golpearon la puerta, la mujer corrió a abrir. Se había pasado el día pensando en el dinero que tendría y lo que compraría. Pero no era Tomas. En la puerta había un hombre mayor con un traje gastado y un maletín en la mano

-. ¿Es usted Briguite Ramos Ramos?

-. ¿Quién pregunta? – respondió a la defensiva. No le gustaba cuando alguien la llamaba por su nombre completo. Siempre significaba problemas.

-. Soy abogado público. ¿Es usted o no? – insistió el hombre impaciente

-. Soy yo. ¿Qué quiere?

-. Necesito un documento que pruebe su identidad

-. ¿Para qué?

-. Señora, me ha costado mucho trabajo ubicarla y la noticia llega muy tarde. Su madre, La señora Mercedes Ramos Ramos falleció hace dos meses y usted es su única heredera. ¿Tiene un documento que pruebe su identidad?

La noticia no pareció afectarla. No tenía contacto con su madre desde los dieciocho años y eso había sido mucho tiempo atrás. No sentía cariño por ella ni le importaba su vida. Sin embargo… el hombrecito mencionaba una herencia… y eso sí era interesante.

El hombre tenía un vehículo y la llevó a ver “la propiedad” que había heredado. Briguite iba pensando que por fin tendía un buen día en su vida maldita. Una herencia tenía que ser algo importante, ¿no? Sus pensamientos reventaron cuando el hombre detuvo el vehículo no tan lejos de su casa, en una calle abandonada y más miserable que la suya. 

-. ¿Cuál es la herencia? – preguntó Briguite disgustada

El abogado señaló una casucha vieja, peor que el sucucho donde vivía. La propiedad tenía algo de valor, pero era irrisorio frente a las expectativas que se había formado. Menos aún si tomaban en cuenta los impuestos que debía pagar por recibir la famosa “herencia”. Una porquería. Estaba furiosa. Se sentía estafada. La vieja nunca había hecho nada por ella y hasta muerta seguía molestándola.

-. Eso es todo, señora Ramos. Aquí están las llaves y los papeles. Buenas tarde

-. ¡Espere! ¿Cómo vuelvo a mi casa?

-. No es mi problema – respondió el abogado y se marchó en su vehículo.

Briguite caminó paso a paso el trayecto de vuelta. Hacía frío y no estaba abrigada. Durante todo el camino se vino rumiando su enojo y desilusión. No le había tocado una buena vida. La vieja la había echado de la casa por puta… sí, lo era y ¿qué??!! Al menos ella vendía su cuerpo que era algo real. La vieja se había ganado la vida estafando clientes que deseaban contactarse con los espíritus del más allá.

-. ¡A ver si ahora te reciben en el infierno! – gritó Briguite

Estaba cansada, se hacía mayor y los clientes la visitaban menos. Costaba competir con las muchachas jóvenes. Era muy injusto. Nunca había sido fácil. ¿Por qué no podía tener cosas buenas, lindas y nuevas?  Como las que veía en la televisión…

Las cuadras que tuvo que caminar hicieron que su rabia creciera

El pecoso le dijo que podía tener más… y ella quería más… se lo merecía. Había gastado su belleza y juventud con hombres que no la trataron bien… ¡pero es que tenía que comer y vivir!!! No sabía hacer más que abrir las piernas y gemir. Y luego, cuando nació Facundo, todo se volvió complicado. Muchos clientes desaparecieron. El niño los molestaba.  Ella era su madre. Merecía que le devolviera todo lo que había invertido en él. Lo había parido, ¿no? Y eso había dolido mucho y le había dejado marcas en el cuerpo. Ella lo había alimentado cuando lloraba y le espantaba los clientes, lo había vestido cuando tiritaba de frio… le había aguantado las rabietas, los mocos… todas las molestias que ocasionaba un niño pequeño…

Para cuando llegó a su casa, cansada y congelada, Briguitte estaba llena de resentimiento y rencor.

Ver a Facundo bajar de un vehículo hizo que su rabia aumentara aún más

-. ¿Por qué andas tú en un auto? ¿Quién es ese que te trajo? ¿Qué traes en ese paquete?

Preguntaba con violencia y ganas de zarandearlo

-. Es mi nuevo trabajo – respondió Facundo orgulloso, deseando compartir la noticia con ella y completamente ajeno a lo que pasaba en la cabeza de su madre

-. Y este paquete no se toca, mamá- añadió gravemente, señalando la mercancía que ahora estaba bajo su cuidado.

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